La boca del lobo
Desde 1983, ninguna administración federal ha presentado una narrativa del pasado tan excluyente y engañosa como la del gobierno de Javier Milei, acompañado por Victoria Villarruel. Aunque Villarruel, en su rol de vicepresidenta, muestra diferencias coyunturales con la Casa Rosada (¿es la carta de recambio de los grupos económicos?), permanece fiel a las promesas electorales militaristas y a la reivindicación de la última dictadura castrense.
Para los libertarios, el fenómeno guerrillero de los años 70 sigue vigente. No dudan en visitar al chacal Astiz y luchan contra una subversión imaginaria, ensuciando a los opositores al asociarlos con el demonio comunista. Sueñan con frenar la protesta latente que comienza a surgir debido a los efectos devastadores de la recesión catastrófica, que ya ha elevado la pobreza al 52% en el primer semestre del año en curso. ¿Cómo lo hacen? A través de la guerra psicológica en las redes sociales, donde se sienten fuertes y cuentan con miles de usuarios.
Así, si el presidente de la Sociedad Rural sufre un atentado, es porque han vuelto los montoneros. Si los sectores estatistas defienden el papel regulador del Estado, es porque quieren regresar los socialistas que destruyeron el país. Si el Congreso aprueba una ley para mejorar las jubilaciones y el financiamiento docente, es porque la “casta inmunda” desestabiliza la gobernabilidad libertaria. Si la ciudadanía quiere ejercer su derecho a la información, es porque el comunismo amenaza la seguridad nacional. De esta manera, la megalomanía, la hipérbole delirante y el realismo mágico en el ejercicio del poder están socavando los cimientos de la democracia representativa. Tergiversar el origen de la violencia política es el justificativo perfecto para instaurar un régimen económico depredador a sangre y fuego. Son maestros en plantar pruebas falsas y disponen de los recursos estatales para explorar trapisondas funcionales a la descalificación infamante del oponente.
Ayer, los argentinos disidentes de izquierda, derecho y centro éramos todos subversivos. Los muertos y las bombas se atribuían a los guerrilleros cuando en realidad eran operaciones interfuerzas; se peleaban entre ellos y se tiraban muertos por la apropiación de las cajas. ¿Acaso no fue la Marina la que asesinó al general Actis para quedarse con los negociados del Mundial 78? ¿Y el bombazo al almirante Lambruschini? Esto nadie lo recuerda. La última tiranía militar no solo fue criminal en el menoscabo de la dignidad humana con torturas y desapariciones, sino también fue inmensamente corrupta. Se robaron todo. Dejaron una deuda externa de 45.000 millones de dólares, vaciaron las empresas públicas y saquearon los inmuebles de los acusados de terrorismo. ¡Cuidado! La excluyente narrativa setentista vuelve de la mano de los libertarios.
El lobo abrió la boca.
Sepamos discernir las actuales maquinaciones de los enemigos de la democracia.
Después será demasiado tarde para preguntar por quién doblan las campanas…