Comenta que “ son inventos, eso no existe”, nuestra investigación nos conduce a testimonios de nuestros vecinos de Mariano Acosta, muy conocidos en el lugar, que nos han narrado sus propias experiencias.
Nino, vive en el barrio San Luis desde su propia infancia, vivió una experiencia muy particular. Ejerciendo el oficio de colectivero en su juventud, hoy prestigioso agenciero de automóviles, volvía a su hogar en las madrugadas, descendía del colectivo en la parada que todos conocemos como “La Amalia” de la Ruta 2020 y caminaba por Colpayo, unas 3 cuadras aproximadamente, vive detrás de la antigua quinta “La Amalia”
Así nos relata, “una madrugada sentía unos fuertes pasos de tras de mí”, lo que le hacía “apurar el paso”, instintivamente, al sentir la proximidad de los mismos “me di vuelta y cuál fue mi asombro al divisar la figura de un terrible perro o lobo o algo similar, de tamaño inmenso, casi un 1,50 de alto, con una impresionante cadena atada a su cuello y que la arrastraba con una fuerza descomunal dirigiéndose hacia mi y varios perros del barrio, a los que yo veía a diario, le ladraban sin acercarse al terrible animal, que daba algunos aullidos impresionantes y babeaba por su boca asomándole terribles dientes que vi por un instante que quedé paralizado, solo fue un instante por que sin pensar más comencé a correr hasta mi domicilio, entre y cerré la puerta, al día siguiente cuando conté la historia, nadie me creyó y se reían de mi”.
Esta narración coincide con el relato que nos hiciera una vecina del Barrio Santa Isabel, hija de un tradicionalista de Mariano conocido como “El Pato Vera”, su relato tiene muchos puntos en común con el que nos hiciera Nino.
“Todos comentaban en el barrio que el hijo de una familia –eran 7 hermanos varones– y que vivían desde hacia mucho tiempo en el lugar, era un lobizón. Nosotros (ella y su esposo) no les creíamos, hasta que una noche de muy clara luna sentimos fuertes ruidos en el patio que da al frente de casa y los perros ladraban más de lo acostumbrado. Nos asomamos y vimos la figura de un enorme perro , altísimo, con una cadena enorme que arrastraba y babeaba y su aullido parecía como si llorara. Yo le prendí una vela y le reza un Padre Nuestro, con el nombre del joven de quien se comentaba era El Lobizón”. Así, solía reaparecer de tanto en tanto el animal, pero muy tranquilo se apoyaba en el mismo árbol de casa como esperando que yo le rezara el Padre Nuestro con su nombre en la Oración y desaparecía del lugar”.