A 49 años del fatídico 24 de marzo de 1976
Por: Riqui Arraigada
El golpe 4
El fin de la adolescencia
Cuando nos enteramos, no imaginábamos lo que realmente iba a pasar.
En cambio ellos sí, ellos sabían. Tenían un plan y la intención de desarrollarlo con esa
misma prolijidad con la que acomodaban su chaqueta de gala o le hacían lustrar las
botas a algún soldado. Y tenían, también, una platea con ganas de aplaudir. Un público
“en algo andaría”, periodistas “por algo será”, jueces “la amenaza comunista”, políticos
“la guerrilla industrial”.
Les cerraba por arriba y por abajo.
Pero aquel 24 de marzo los que curioseábamos en la política o participábamos
periféricamente no estábamos en condiciones de imaginar qué sucedería.
Y creo que los compañeros más informados, tampoco. Acaso porque el genocidio no
se ubica sólo en el orden de lo político sino también en el de la medicina forense.
Sólo un psicólogo o psiquiatra podría explicar, por ejemplo, lo que pasó en la ESMA.
A lo largo de la Década Ganada creímos que los asesinos morirían en la cárcel
pero hoy les facilitan argumentos y disposiciones para que, al menos, vean pasar el
tiempo en sus casas.
Al golpe lo llevamos inscripto en el cuerpo.
La dictadura está presente en esa desconfianza hacia cualquier tipo de uniforme.
En el recuerdo que nos provocan esquinas, plazas, colegios.
En la mirada de los sobrevivientes.
Todavía hay quienes no se sientan en un bar de espaldas a la calle.
Y existe algo indeleble: la memoria de la represión. Nos acompañará siempre.
El 24 de marzo de 1976 me faltaban pocos días para cumplir quince años, fue el fin de
mi adolescencia.
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