Las hadas de mi bosque
Cuando lo conté, todos se reían de mi,
Las hadas de tu bosque??, preguntaba extrañada doña Giusepina.
A lo que don Cosme agregó: otra vez con tus amigos que no hacen más que contarte historias para asustarte!!
Lo cierto es que yo a los diez años de edad solía internarme en un amplio campo sembrado y que en el centro se formaba un inmenso bosque de araucarias, paraísos, fresnos, álamos, algunos palmeras que daban caquis, frutales diversos y otras variedades que suelen existir en la zona oeste y sudoeste del Gran Buenos Aires.
No me atrevía a comentarlo entre los pibes del barrio porque hay sí, iba a ser el hazme reír de todos.
Ellos solían andar a caballo también casi todos los días pero ninguno conocía el lugar que yo había elegido para acampar y dejar a mi caballo -”El Tizo”- pastar.
Es cierto que en la inmensidad de ese “mi bosque”, mi imaginación volaba. Me veía convertido en un paisano con guitarra en una payada, o en esos caballeros de la Mesa Redonda, enfrentándose en las viejas reyertas por un pedazo de tierra o defendiendo al rey.
De allí es que no sabía a ciencia cierta si los de las hadas eran en mi imaginación o es que existían de verdad.
Nunca me atrevía a contarle a mi viejo, pero sí a mi vieja. Ella no se reía, solo atinaba a decirme ...puede ser!! Por las dudas andá siempre con cuidado!.
Hasta que ocurrió lo inesperado (o a la inversa por mí, esperado) Un día de radiante sol y cuando caía la tarde, me disponía a regresar desde mi refugio (mi bosque) hasta mi casa, algo ocurrió. Las hadas que solía ver ,caían en un pequeño pozo sin poder salir y al intentar ayudarlas, mis manos se volvieron blancas como la nieve y frías.
Así permanecí un largo rato hasta que pude observar que en mis manos yacían mis hadas, las de mi bosque, muertas.
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